lunes, 6 de mayo de 2013

Delicada esperanza.~♥

Tendida en el suelo, se la veía inconsciente y adolorida. En el entorno que se encontraba, además de oscuro y con aspecto lúcido, se podía percibir más de una sensación negativa. Pocas cosas había a su lado y apenas se veían. La luz tenue de la luna traspasaba los sucios y polvorientos cristales de las escasas ventanas de aquél sitio, mientras una brisa helada acarició su rostro paulatinamente hasta que logró despertarla.
Su cuerpo fatigado hizo lo posible para lograr ponerse de pie, asustada trato de forzar la vista e indagar su alrededor en busca de respuestas. Vio que en uno de los degradados muebles se hallaba una vela apenas usada, una pequeña caja de fósforos abierta y un papel arrugado con garabatos. Difícil era ver con claridad si decía algo en el. Tomó un fósforo que había fuera de la caja, cerro la misma y prendió la pequeña cerilla. Sujetó la vela con la otra mano y la acercó para encenderla. Al finalizar, agitó el palillo y lo lanzó al piso, mientras el escaso humo se dispersaba en la pobre área.

Los muros mohosos, manchados y agrietados, el suelo chillón de madera un tanto podrida y salida de lugar, provocaba que el caminar sea inseguro. La única puerta de la habitación estaba posada en el piso despedazada por doquier. Podía oír su propio latido, verlo a través del pulso, la flama de la vela iba al compás de la melodía que creaba su corazón. Cada paso que daba, modificaba su ritmo cardíaco, y a su vez a la pequeña llama. Pasó por arriba los trozos del portón y salió de aquél raro cuarto.
Infinitos corredores totalmente vestidos de negro, el silencio abrumador paseaba por sus oídos de manera invisible, pero aún estremecedor. Espantada pensó en su vida, su futuro, todo lo que ella conocía y creía real.

Eligió ir por el lado izquierdo, tratando de acertar con el medio correcto para poder salir de allí, de aquella putrefacta residencia, que todavía no tenía idea de cómo había aterrizado. Cada movimiento era dudoso y a pesar de poseer una fuente de luz, el color anaranjado en las paredes, como tal ocaso en el fin de una tarde ardiente, no era lo suficiente para sentirse protegida. Temía tropezarse o toparse con algo inesperado, algo que no supiera cómo manejar.
Mientras se adentraba en las profundidades desoladas, más pasillos aparecían y tenía que elegir, y lo hacía al azar o por una vaga intuición. Pero los resultados de algo bueno eran nulos, no comprendía absolutamente nada de lo que le estaba sucediendo. Gritó para comprobar si había alguien, aunque solo el eco le respondió, persistió varias veces hasta que su garganta no pudo más. Con los ojos nublados por las lagrimas, saladas como el inmenso océano, siguió en silencio su impreciso camino, establecido por la fuerza que la llevó hasta ahí. Se encontró de a poco con una gran cantidad de papeles esparcidos por todo el suelo. Algunos rotos, otros sanos y arrugados. Más adelantes, lapices quebrados, todos dañados, excepto uno y decidió tomarlo y guardarlo en uno de los bolsillos de su pantalón. Luego lapiceros, explotados, manchando el suelo de tinta azul, igual que el cielo mientas anochece, y unos cuadernos destrozados. Recogió hojas de uno, el más estable de todos y lo enrolló para que entrara en su otro bolsillo. No sabía por qué tanto útiles esparcidos, y maltratados. Pero por alguna razón quiso tomar algunos.

La zona cada vez más estrecha y deformada. La vela se iba consumiendo con el transcurso de las horas. Partes de la cera derretida caían, igual que el agua en las cataratas, sobre su mano. Le dolía, pero intentaba no otorgarle importancia alguna, ya que sin ella no tendría nada de iluminación.
El sonido de unos susurros, comenzaron a viajar a través del viento helado, chocando al final de los oídos e hizo que un escalofrío se paseara con ímpetu por su figura, de pies a cabeza. Con la sacudida la mecha casi se apaga, mientras el viento se convertía en una ráfaga bastante intensa, obligando a que pisara más duro y cubrir con su mano libre la pequeña llama con la vaga ilusión de que no se acabara.
Luchaba contra la espesa brisa, los temblores y sus latidos, todo hacía danzar a la pequeña fuente de energía. Cerró los ojos y se detuvo a pensar.

¿Qué estoy haciendo? ¿A dónde voy? y ¿Por qué?

Pero no obtuvo ninguna respuesta, se sentó en el húmedo y mohoso piso, como se sientan los indios, a su lado vertió un poco de la cera caliente en el suelo y colocó la vela allí mismo, se quitó las partes de cera que tenía en su mano, luego sacó el lápiz, las hojas y comenzó a escribir sin cesar todo lo que sentía, en lo que pensaba, de la vida y de las personas que le importaba. Y en su cabeza muchas canciones aparecían y las comenzaba a tararear, a silbar, a sentir.
Cada expresión, salía del corazón y era transportada a la hoja gracias a los útiles, luego comenzó a trazar garabatos hasta que tomaban forma de flores, animales, rasgos de ojos y más.
Las letras se mezclaba entre los dibujos. Se distrajo y empezó a ser más positiva, se dio cuenta que por lo menos aún seguía con vida, que lo estaba intentando y conservaba algo de energía para continuar.
La luz empezó a distorsionarse con suavidad, pero cada segundo que pasaba, su intensidad aumentaba y más brillante se volvía la luz. Miró la pequeña y vigorosa flama, estaba frenética, tambaleándose de un lado a otro, al igual que las hojas de los árboles cuando el viento las choca. Comenzó a sentirse una presencia bastante perversa, miró a su alrededor, pero nada. Dejó el lápiz a un lado, guardo sólo las hojas escritas en su bolsillo, quitó de la superficie la vela y se levantó para seguir caminando, aunque ya estaba muy cansada, hizo lo que pudo.

Los murmullos en la brisa, diciéndole que tenga cuidado, que no se rinda. Sonaban como las voces de las personas que quería, de quienes había anotado y pensado hasta hace unos minutos. Siguió las voces que le hablaban, lo mejor que pudo, pero aún así, algunas cosas las hacía a su modo y no cedía lugar a la terrible fatiga que la atormentaba, ni a la idea de fracasar, que la asustaba, tratando de ubicar el pasadizo que la saque de esa triste pesadilla. Pero la cera caliente, lo poco que quedaba de vela, el dolor físico y los sentimientos de miedo y augurio no ayudaban, aunque tampoco la detenían.
Ella seguía por los susurros, que creía que eran sus seres queridos y por ella. Esas eran sus únicas razones, sus únicas justificaciones para avanzar. La pequeña llama, cada vez era más débil, aunque todavía le quedaba tiempo para que se consumiera en totalidad. Era tenue, como el cielo, cuando el sol se va ocultando, para que saludemos a la luna. Hasta que pasaron otras horas y ya su cuerpo no podía, todo eso no fue lo suficiente. Comenzaba a tropezarse, a faltarle la energía, el aliento y los buenos pensamientos.
Decidió descansar, otra vez, en el suelo, apoyó su espalda en la mugrienta y degradante pared, con sus piernas estiradas a lo largo del pasillo podrido. Y descansó.
Descansó tanto que cuando quiso ponerse de pie, ya no pudo. Fue ahí donde se dio cuenta que ya no podía, y se rindió. Cerró los ojos y se tranquilizo, decidió que se quedaría allí, sentía que ya había gastado, anteriormente, muchas fuerzas, cuando despertó en aquél cuarto, ya estaba agotada desde entonces.
Su reflexión y su tranquilidad fue muy corta. Sintió otra vez esa helada y perturbante existencia. Abrió los ojos y preguntó:

- ¿Hola? ¿Hay alguien?-pero el eco contestaba de manera inquietante.
- ¿Hola?-volvió a decir, pero fue, casi, como para sí misma.
- Hola...-repitió igual, en voz baja.

Un rostro sin rasgo traspasó los muros en los que ella que se encontraba recostada, y en el oído le susurró:

- Adiós.-Y sopló el fuego de la vela, extinguiéndola. Se asustó y gritó con todo su ser y se puso en posición fetal, abrazando sus piernas con firmeza y ocultando su cara entre las rodillas. La poca energía vital que le quedaba, se fueron con los alaridos de terror, como se va el aire de sus pulmones. Terminó de desplomarse en el suelo, el humo subía, mientras una lagrima caía del rostro de la joven y las delicadas voces dejaron de escucharse, junto a los latidos que veíamos a través del pequeño fuego. Pero ya todo había finalizado para ella.


Hizo lo que pudo, pero aveces no basta y la vida nos gana. Sólo hay que saber perder. Perder todo menos la esperanza, eso es lo último que se olvida. Porque saber que lo intentaste hasta el final,
llena más que no haberlo hecho, quedarte mal y con la duda.
Pero siempre volver a intentar, fracasar o que te vaya mal en algo,
no significa que con todo va a ser así.




No dejar que las cosas de la vida te ganen en todo.
Caerse no importa, levantarse sí. 


"Tened siempre presente la debilidad humana: es de vuestra naturaleza caer y cometer faltas."
"Cometer un error y no corregirlo es otro error."~